En el número 17 de la calle del Gas cada día se levanta la persiana de Efectos de pesca, una tienda con personalidad de aquellas que quedan pocas, pintoresca y singular vista por los ojos de quienes entran por primera vez, pero sabida y concurrida por los pescadores y marineros del barrio de mar durante más de seis décadas. Entre cañas de pescar, salabras, cuerdas y cajones de madera llenos de todo tipo de objetos de pesca, bisutería y decoración marinera, Montse Llambrich sigue atendiendo detrás del mostrador o trabajando en la trastienda, tal y como siempre lo había hecho su padre, Jordi Llambrich, fundador y alma del negocio.
Corría el año 53 cuando sus puertas se abrieron por primera vez. Desde entonces hasta la fecha, la tienda de los Llambrich ha estado abierta ininterrumpidamente y ha sido un punto de encuentro de profesionales, aficionados a la pesca, clientes del barrio de toda la vida o veraneantes. El negocio ha sido siempre familiar. Han trabajado Jordi Llambrich y su esposa Carme Galofré y también sus hijos, especialmente Montse que trabaja ya desde muy pequeña:
“Yo iba al instituto y ya colaboraba con los trabajos del negocio. Vivíamos aquí, en la trastienda; mi habitación estaba en uno de los rincones que hoy ocupan la tienda, que se amplió cuando yo fui mayor”.
Aunque “Efectos de pesca” es su nombre oficial, todo el mundo en el barrio la conoce como “Cal Potes”. El renombre viene de lejos y podría tener que ver con la altura de los Llambrich y con la longitud de sus piernas. Le decían al abuelo de Jordi, a su padre, a él, los tres pescadores de Vilanova, y todavía ahora a su hijo ya sus nietos. Con sentido del humor, Jordi recuerda cómo se enfadaba su padre cuando le decían, y también cuando estas piernas largas tan famosas en el barrio le servían para varar la barca sin mojarse de cintura hacia arriba, como le ocurría a algunos de sus compañeros más bajitos: “en verano y en invierno tenías que meterte en el agua, tuvieras ganas o no”.
Fotografia antiga d’en Jordi Llambrich. Pescador i copropietari d’Efectes de Pesca. Fotografia cedida per Montse Llambrich.
Jordi, que ahora tiene 97 años, es un pozo de historias sobre el barrio. Empezó a pescar con su padre y su abuelo cuando tenía 14 años y durante cuarenta años de profesión probó casi todas las artes de pesca, sobre todo el trasmallo y el arrastre. Salía a pescar en esa época en que las barcas yacían en la arena de nuestras playas. Cada madrugada había que arrastrarlas hacia el agua y por la tarde, después de una dura jornada de pesca, volverlas a colocar, sanas y salvos, en la arena. La “máquina de quitar” (una casita instalada junto a la arena, en la que un ingenio mecánico, primero propulsado por gas y después por electricidad, arrastraba las barcas hacia la arena mediante un sistema de cables),
facilitaba el trabajo a los pescadores pero no les ahorraba tener que mojarse y hacer un último esfuerzo antes de empezar con la descarga del pescado. Las cosas mejoraron, y mucho, después de la construcción del puerto, pero la vida del pescador nunca ha sido fácil. Quizá sea por todo eso que desde que dejó de trabajar en el mar, el señor Llambrich no ha vuelto a navegar nunca más. No lo echa de menos: “Desde el día que dejé de ir en marte, nunca he subido a una barca… Yo no hubiera ido en marte… era muy duro. En invierno, muchos días, el frío no te dejaba, muchos días tenías que abandonar, no podías salir… el frío se te apoderaba y ya estabas. Cuando un día de frío ibas por la arena y pisabas y sentías creo, creo, creo, pensabas… mal.”.Su familia tenía barca, oficio y beneficio, decían en la época. Sin embargo, Jordi recuerda lo que costaba hacer dinero con la pesca: “Yo cuando iba a estudio, si tenía que darle cinco pesetas al maestro, el maestro me decía: ¿hoy tampoco les llevas? ¡Y eso que teníamos barca y teníamos de todo! Pero no teníamos céntimos que pagar ni el estudio, era miseria”.
Cuando tenía 30 años y animado por uno de los pocos vendedores de objetos de pesca y cestos que había en el barrio, decidió, junto con su mujer, abrir la tienda. En ella vendían redes, cañas de pescar, junco, alquitrán para pintar las barcas, cuerdas de esparto, asas … y mientras la tienda iba funcionando, con su mujer como maestra, él combinaba el trabajo en la barca con la del comercio.: “salíamos a las 7 h de la mañana y volvíamos a las 4 h de la tarde. Encabado, desde las 5 hasta las 20 o las 21 h que cerraba, me estaba aquí en la tienda, pero no era ningún trabajo… a mí siempre me ha gustado hacer cosas con las manos. Había quienes iban en mart y encabado iban al Pirelli, aquello sí era duro.!” Tiene anécdotas de la tienda muchas, como la de aquel día que su mujer se marchó a la peluquería sin cerrar el grifo de la bota de alquitrán y cuando volvió se encontró la tienda totalmente embadurnada. O la de los veranos yendo a recoger junco en el Piular, a orillas del Hospital o en l’Arboç, los esfuerzos y trámites que tuvieron que hacer para poder distribuir pintura en Vilanova o, ya más últimamente, una tarea mucho más agradecida y entrañable: la de confeccionar los trajes de red de las tres mulazas de Vilanova.
En Jordi Llambrich cosint una xarxa. Fotografia cedida per Montse Llambrich.
Montse comenta que es ahora, en verano, cuando hay más trabajo y se hacen más ventas: “En invierno el barrio queda muerto, entonces aprovechamos para hacer redes, bolsas, ganchillo, malla o asas de nylon…
En verano intentamos trabajar fuera (de cara al público) y en invierno ir haciendo producción para tenerlo todo preparado cuando vengan los clientes.” Sea como fuere, haga frío o calor, con buenas y malas épocas, el negocio sigue. Y la idea es seguir. Con Montse al pie del cañón y toda la familia ayudando cuando sea necesario para sacar el negocio adelante, Cal Potes, seguirá abriendo sus puertas cada mañana, realizando un loable ejercicio de supervivencia en el corazón del barrio de mar, poco practicado en estos tiempos en que, también en Vilanova, las grandes superficies y las franquicias ganan la batalla en los comercios de toda la vida. Felicidades, pues, a Llambrich y larga vida a “Efectos de Pesca”.
Fachada de la tienda Efectos de Pesca. El negocio familiar que abre sus puertas cada mañana gracias a Monste Llambrich, haciendo así que no desaparezcan los negocios de toda la vida. Fotografía cedida por Montse Llambrich.
Cecília Lorenzo, Periodista y educadora en Espai Far
Blanca Giribet, Documentalista y auxiliar técnica de patrimonio en el Ayuntamiento de Vilanova i la Geltrú
Este artículo fue publicado en 2014 en el Diari de Vilanova dentro de la sección “Des de la Farola”