No me resulta fácil hablar de una calle tan unida a mi imaginaria más íntima, como no me resultaría hacerlo de una persona que me fuera demasiado cercana. Por tanto, me resigno a hacerlo de manera sesgada, fatalmente personal e intimista. El paseo de Carme fue el escenario de mi infancia, de mis veranos de joven y de no tan joven, el paisaje amigo que me estiraba y acogía algunas vacaciones y escapadas de mujer adulta. Una realidad pretérita pero asimilada y siempre presente en el hueso de mi memoria.
Debía de abrir los ojos, un lejanísimo enero de 1947 – a pesar de haber nacido en Barcelona, en casa de los abuelos maternos, ya estaba en Vilanova una semana después –, en aquella casa, el número 1, de la tribuna verde y las baldosas de la Virgen del Carmen. Una Virgen sentada en un trueno de nubes, con el Niño en su regazo y los escapularios en la mano derecha, a cuyos pies se podía leer la inscripción original: Paseo de Ntra. Dª. del Carmen.
Mujeres y hombres paseando por el Paseo del Carmen a principios del siglo XX. A mano izquierda se abrió la "Casa Verde". Autor Lucien Roisin.
No siempre se había dicho así, sin embargo. Ante todo, cuando el catastro de 1739 hablaba de 52 tiendas de mar – pequeñas construcciones para guardar los aperos de pesca, donde, si convenía, se podía descansar y hacer una becaineta –, Marina se extendía bordeando la playa. Más de un siglo después, en 1857, con un puñado de casas bajas a ras de arena, se hablaba, simplemente de La Playa, y, unos años más tarde, de Rambla del Port, un puerto que costaría más de tres intentos salir adelante . Debemos llegar a 1904 para que el Consistorio lo bautize con el nombre de paseo de la Virgen del Carmen, nombre que dura poco, sin embargo, porque en 1909, junto con el actual Paseo Marítimo, se llama paseo de Àngel Guimerá. La nueva designación lleva cola y debido a las protestas de pescadores y vecinos, a partir de 1911 se diversifica: paseo de Àngel Guimerà para el trajo de levante y Paseo del Carme, para el de poniente. Después de la guerra civil, y con el paréntesis que le rebautizó Paseo de Isaac Peral, vuelve a la designación original y definitiva.
Ni siempre había tenido el aspecto que hoy le conocemos. Desde la primera urbanización del año 1906, y las posteriores mejoras – en 1921 se instaló el alcantarillado, en 1928, una acera de seis metros… – se han sucedido intervenciones en el compás de los tiempos y de las necesidades y oportunidades de la villa. Aquel 47, cuando yo aterricé, el Passeig ya tenía el aspecto de un paseo de la costa: bordeado de palmeras, algunas todavía escuetas, con una acera no muy ancha donde se instalaban los redires, y una estrecha calzada, sólo transitada por algunos carros y pocos coches. Con la estrecha loncha de arena donde varaban algunas barcas cofadas de redes, y los levantes de invierno que dejaban arena y conchas junto a las puertas. Y la torre de Ribes Roges, que ya no era casa de baños, ni pérgola de baile, ni mucho menos torre de defensa. Y el torrente, con su barandilla de obra vista, rematada por torres con aires modernistas. Ya estaban las dos casas más altas y señoriales: la Casa Castany (1921) y la Casa Salvador (1945), y, cruzada la Rambla Pirelli, el Pósito de Pescadores y el Salvamento Marítimo.
El Paseo del Carmen en 1953. Autor Ramon Pujol.
Entonces, para los niños, el Paseo del Carmen era el patio grande de todas las casas: triciclos, bicicletas, sillas en la puerta, ni una persona que no pudiéramos identificar. Dos únicos bares: El Solvi y el Patxurri, entonces Grau. La tienda de la pesca salada, los vecinos de siempre. La señorita Patricia y su piano que no callaba. Después, ya en la larguísima rastrillera de veranos y vacaciones, nosotros ya ocupando las sillas, y nuestros hijos con los triciclos: “No pase de casa del Mauri”, donde habíamos situado otro servicio de vigilancia. Y llegaban otras muchas urbanizaciones: la construcción del muelle de poniente llevó toneladas de arena que alejaron el mar, se cubrió el torrente, se tuvo que rehacer un alcantarillado que había quedado obsoleto, se ajardinó el terreno de enfrente ya muy más ancho que el paseo y la playa juntos… Hasta llegar al 2008, con la gran remodelación que le ha convertido en el paseo actual, amplísimo, punteado por un tren de terrazas, cuyos vagones se marchan y llegan de año en año, y con un desfile de paseantes que hace competencia al de la Rambla.
La casa verde ya no está, el pavimento ha cambiado. Las mayoría de personas que pisaban el antiguo y que se encantaban mirando a la estrambótica tribuna, tampoco están. La palmera torcida que se balanceaba amenazadora en el extremo de ponen ha sido cortada… ¿Qué queda de mi Paseo del Carmen? La luz, el cielo, los atardeceres encendidos de los otoños y los inviernos. Cuando lo subo, desde la Rambla Pirelli, y levanto la vista hacia la paleta de rojos, naranjas, violetas y dorados del cielo recortado entre las palmeras, el cielo Nescafé de mis novelas, recupero el paseo y el paisaje que me ha estirado y ha hecho que eligiera a Vilanova, y la playa, como mi lugar en el mundo.
Mercè Foradada
Vecina del mar y Escritora
Este artículo fue publicado en 2014 en la sección “Des de la Farola” del Diario de Vilanova.